El ajo y sus propiedades

Nuestra cocina mediterránea tiene en el ajo uno de sus principales ingredientes. Se trata del bulbo de una hortaliza que aporta un sabor fuerte y picante, especialmente si se consumen crudos.
Su uso en la alimentación se conoce desde la antigüedad. En la construcción de las pirámides egipcias, ya se utilizaba por sus propiedades tonificantes, permitiendo aumentar el rendimiento y la fuerza. En el siglo I D.C. el médico y farmacólogo griego Dioscórides ya describió el ajo como el remedio perfecto contra la aterosclerosis, al que llamó un “limpiador de arterias”.

Al igual que la cebolla, el puerro, y gran parte de los bulbos con sabor “picante”, es una fuente de azufre. Dispone de 33 compuestos azufrados además de 17 aminoácidos, multitud de minerales y vitaminas A, B y C. El consumo diario y en grandes cantidades de estas hortalizas permite aportar la cantidad de azufre necesaria en el organismo.

El ajo es un buen detoxificador. La alta presencia de azufre permite reponer el gasto de este mineral durante el proceso de desintoxicación hepática.

Destacamos también sus propiedades antimicrobianas. Durante la segunda guerra mundial y ante la escasez de antibióticos, algunos ejércitos lo utilizaron masivamente. Es por esto que se le conoce como “la penicilina rusa”. El ajo presenta un amplio espectro de actividad antimicrobiana frente a patógenos como virus, bacterias, hongos (cándidas, parásitos,…).

Su elevada concentración de compuestos azufrados confiere una potente capacidad para reducir la congestión de las mucosas, siendo un buen expectorante. Esta acción junto a su significativa acción antimicrobiana es lo que le ha otorgado una gran popularidad en el tratamiento de infecciones respiratorias.

Asimismo, el ajo proporciona una gran variedad de efectos beneficiosos a nivel cardio-vascular. Ayuda a normalizar la tensión arterial, a reducir el colesterol total en suero y a equilibrar la relación entre el HDL y el LDL.

Por último, recordamos la importancia del azufre como mineral para el tejido conjuntivo (ligamentos, tendones,…). La constante regeneración de este tejido de sujeción precisa un correcto aporte de azufre; necesidades que aumentan en todos los procesos de reparación tras una lesión tanto traumática como degenerativa.